Hay triunfos icónicos; esos que dejan una marca a fuego y que llegan de la mano con una carga positiva con tinte celestial. Quedarán grabados por siempre en la retina de cualquier hincha y pasarán, a través de relatos, de generación en generación.
En ese rubro claramente entra del 2-1 sobre Guaraní Antonio Franco, el 22 de mayo de 2016 por el duelo revancha de los octavos de final del Federal A. En el minuto 94 Iván Agudiak hizo estallar a un estadio que casi se viene abajo de la emoción.
Y el de anoche, si bien no fue un triunfo casi que tomó su rol, porque el derechazo de Juan Galeano que se transformó en el 3-3, le entregó a San Martín el boleto para jugar las semifinales del Reducido de la B Nacional.
Muchos se preguntaban si los dirigidos por Darío Forestello iban a poder dar una muestra de carácter tras haber perdido hace una semana la chance de lograr el primer ascenso y no sólo lo lograron, sino que le agregaron un condimento extra: el equipo se repuso tras comenzar dos goles abajo y de recibir el tercer gol ni bien había logrado nivelar la lucha.
Pero claro, con el aliento de sus fieles todo es mucho más fácil. ¿Cuántas hinchadas son capaces de despedir con una ovación a sus jugadores al final de un primer tiempo de un juego que pierden 2-0? ¿Qué parcialidad alienta de principio a fin, bajo la lluvia y sin detenerse ni siquiera un segundo a pesar de que el resultado es adverso y la frustración está cada vez más cerca?
Anoche, el hincha “santo” dio una clara muestra de cómo se debe inyectarle ánimo a un equipo que de principio parece atado de pies y manos. Porque tras la ovación del entretiempo, “otro” San Martín salió a jugar el segundo tiempo. Con el corazón en la mano y el “as” de espadas bajo la manga.
Así logró levantar un partido que tuvo el tinte de hazaña, y que revivió aquella tarde soleada en la que Agudiak abrió las puertas del paraíso. No hubo un sólo hincha, entre más de 25.000 almas que dijeron presente en Bolívar y Pellegrini, que no haya tenido un déjà vu en ese preciso instante en el que la “bomba” de Galeano infló la red del arco de Villa Dálmine.
Claro, hay datos que agregan más paralelismo a ambas historias. En ambas ocasiones el gol de la clasificación se dio en el minuto 94, cuando la eliminación parecía sentenciada, fue en el arco que da espaldas a calle Bolívar y el juez de ambos juegos fue Pablo Echavarría.
En 2016, tras el histórico gol de “Toro”, el “Santo” infló el pecho y fue por todo en un torneo que un par de semanas antes parecía soltarle la mano. A partir de esa conquista se vio un equipo más entero anímicamente y nadie pudo torcerle el brazo en la recta final del torneo.
Así deberá hacerlo ahora. Con el equipo a cuatro partidos de lograr el máximo objetivo, el grupo deberá sacarle el jugo a esta clasificación: corregir errores y apuntar a todo o nada. Con el guiño del destino y una hinchada de fierro, cualquier misión parece posible.